miércoles, 23 de septiembre de 2015

No hay despedida si hay vida!

Como todo comienza, todo termina; como todo lo bueno viene y va, así lo malo que viene se irá. Pensemos así y comencemos por caminar, pase siempre lo que pase. Porque de caminar, y no parar, se trata.

Ver sufrir a alguien, por esas incertidumbres que marcan las enfermedades, es algo espantoso. Compruebo lo vulnerables que somos y, sobre todo, me he dado cuenta de lo pésimo que uno es como coach (ya era hora), sobre todo con aquellas personas que le importan. 

Sentir. Que te toque el sufrimiento y el desanimo, te bloquea tanto que en momentos así eres incapaz de ayudarte hasta a ti mismo.

Pero también aprendo de las circunstancias: si hay una mínima o pequeña posibilidad de que algo salga bien, hay que aferrarse, luchar y creer en ello con todas las fuerzas. 

Todo y nada puede ser de igual manera. Hay que evitar los sufrimientos mentales, esos dobles sufrimientos que nos genera la negatividad, dentro de lo posible.



Uno empatiza con personas de todo tipo, nunca he sabido muy bien por qué, o sí. Siempre pienso que son especiales, diferentes, por un motivo u otro. Son de esas personas que se cruzan en nuestro camino y, sin pensarlo, se unen generando una relación de amistad, casual pero intensa.

Conozco a G desde hace poco más de cuatro años. Nos presentaron en una exposición de arte de un amigo común y, tras charlar sobre temas culturales y tomar algún vino juntos, comenzamos a entablar una magnífica amistad.

G es un hombre sabio, culto y amante del arte, sobre todo la pintura. Es un hombre elegante a su manera, entre quijote y bohemio. Despierta paz y genera, cuando estás con él, un estado de bienestar que se contagia.

En estos años he aprendido más de pintura con él que en toda mi vida. Cada vez que nos hemos visto me ha descubierto un nuevo pintor y me ha enseñado a valorar esas pequeñas obras artísticas. 

Pero G es mucho más. G es un buen hombre, siempre tratando de aconsejarme y deseoso de compartir momentos y proyectos juntos.

Hace tres años G tuvo que ser intervenido de un cáncer de páncreas. Recuerdo que el día de antes de la operación, ya en el atardecer, compartimos uno de esos vinos amables junto a otros amigos y, recuerdo también, cómo me marché a casa pensando en la fuerza y vitalidad de aquel hombre que ya tenía por amigo.

La operación fue bien y, tras todo el protocolo que duró unos meses, volvimos a comenzar a vernos y seguir hablando de posibles proyectos juntos. 

G es todo fuerza y vida. Le encantó la idea de mi proyecto #versosdArte. Comenzó a enseñarme el mundo de la venta del arte, hicimos alguna visita para valorar obras; él las investigaba de tal manera que no había posibilidad al engaño, nos reímos juntos de algún desaprensivo. 

Pero los dolores volvieron a aparecer. Insistieron. Volvió a pasar por el quirófano pero no se iban. Las molestias se le hacían insoportables pero allí estaba siempre, visitándome como mucho cada mes, si mis viajes lo permitían, para ponernos al día en todo.

G era consciente de su enfermedad, pero estaba luchando y viviendo en esa posibilidad que tenía de vida.

Todas las semanas le enviaba un mensaje por teléfono para preguntar por esos dolores, si los iba venciendo. El último día que estuvimos juntos noté que había mejorado y su mirada buscaba la vida mientras me hablaba de tal o cual investigación que estaba realizando sobre la autenticidad de alguna obra de arte. 

El 5 de agosto me respondió el último whatsapp. A partir de ahí no respondía y tampoco leía los que le enviaba. Le llamé al teléfono varias veces y tampoco había manera. A partir del 20 de agosto comencé a pensar en lo peor, en eso que uno no quiere pero que es inevitable de no pensarlo. No sabía qué hacer. No tenía a quién llamar. Conocí en una ocasión a su hija pero no tenía su teléfono. Cada día que pasaba me recorría la angustia. Yo estaba con las incertidumbres de casa, pero tenía que encontrar la manera de contactar con algún familiar de G y saber qué había ocurrido.

Al final del verano me entró una llamada en el teléfono de un número desconocido para mi. Como suelo hacer en estos casos, no contesté y esperé a que dejase mensaje en el contestador en caso de ser importante. Así fue. Mi sorpresa fue mayúscula y la alegría me recorrió todo el cuerpo en un primer momento.

- José Luis, soy G. Si escuchas este mensaje, por favor, llámame a este teléfono con urgencia. Es muy importante para mi.

Tras escuchar su voz seria, entre cortada, la alegría se convirtió en un escalofrío.

- G, pero... ¿cómo estás? ¿qué tal va todo? No sabía de ti, estaba preocupado.
- Mal José Luis, no va nada bien.

Es como si no quisiera escuchar lo que preveía me iba a decir.

- Pero ¿continúan los dolores?
- Estoy acabando José Luis. Prácticamente no tengo movilidad. Lo único que me funciona es la mente. Me he trasladado del hospital a casa porque en el hospital ya no pueden hacer más y yo no hago nada allí. Llevo una petaca de morfina para el dolor y sé que esto se acaba.
- Pero qué dices G.
- Sí amigo José Luis, esto es así. La vida es así. Te llamo porque me gustaría verte y despedirme de ti.


'Despedirme de ti'. Creo que en ese momento no fui consciente de estas palabras.


- Claro que nos vemos, inmediatamente, pero para darnos un abrazo.
- Me hubiera gustado compartir más tiempo contigo y seguir construyendo una amistad más intensa, pero no puede ser José Luis.
- Deja de hablar así G. Tú no eres dueño del tiempo, nadie lo somos.
- Estoy ordenando todo, tengo la mente en perfectas condiciones, y eres una persona muy especial para mi. Te agradecería verte.
- No me tienes que agradecer. El sábado estoy junto a ti.

Curiosamente uno aprende de la vida pensando en la muerte. No estamos preparados, no estoy preparado para algo así.

Mientras haya vida no hay una despedida. El último adiós no se debe dar nunca.

Estuve con G en su casa, en su estudio. Tras darle un fuerte abrazo me he senté frente a él.

Sus primeras palabras, llenas de emoción, fueron las mismas, pero uno frente al otro.

- José Luis, siento no tener más tiempo para compartir contigo y que nuestra amistad se intensifique.
- Pero te repito que tu no eres dueño de tu tiempo G.
- Esto me ha pillado por sorpresa. Necesitaba un poco más de vida para terminar algunas cosas. Yo sabía de mi grave enfermedad pero, aunque mínimas, había posibilidades.
- G, no hables así. Estás aquí.
- Tengo la mente bien y eso me permite pensar. Estos días estoy ocupado en dejar las cosas lo mejor ordenadas y preparadas a mi familia.
- Si tienes la mente funcionando tienes vida G. Uno se va, incluso en vida, cuando la mente deja de moverse.
-  Sabio y brillante como siempre. Acerté contigo, eres especial. He tirado mi anterior teléfono y en este me he quedado con tan solo diez números. Uno es el tuyo. Son de las personas que me importan.

Escuchar estas palabras y mantener la emoción en el cuerpo sin que salga es algo tan difícil como imposible.

Traté de ir cambiando la conversación para hablar de otras cosas. Conseguí su sonrisa en alguna ocasión.

G es un poco budista, lo sé. Hemos hablado de ello. Sé que está mucho más preparado para afrontar su final de lo que otros lo estamos.

- José Luis, haz lo que te gusta, no pierdas tiempo. Dedícate a tu familia, a tus amigos, a tus versos y aquello que te hace feliz.
- Llevas razón G, pero hasta que la vida no nos sacude no nos damos cuenta de ello.
- Yo he vivido intensamente, he disfrutado. No me quejo. Me ha faltado un poco más, sobre todo disfrutar de tu amistad.
- Estás aquí G, leche. No te has ido.
- Me voy amigo. Estoy aligerando el equipaje. Tendemos a cargarnos de cosas y más cosas que luego no podemos portar. Aligera en lo que puedas tu equipaje José Luis y vive.

A unos les falta tiempo para vivir y otros lo desaprovechamos cada día.

Aunque no lo sepa, G ha sido capaz de hacer fácil lo difícil. En su mirada hay vida, más vida que en muchos porque su deseo es tiempo.

Es consciente de que le está llamando su Buda, su Dios personal, pero como caballero que es, trata de hacerlo como ese gentleman virtuoso que siente.

Traté en todo momento de seguir hablando de futuro con él.

Nos abrazamos pero decidí no despedirme de él. No pienso hacerlo. 

Nuevamente, en el tiempo que charlamos desde entonces me deja una y otra lección. Una más siempre, de esas muchas que me ha ido dejando lo que hemos caminado juntos. De momento, siempre, una lección de vida.

No hay despedida si hay vida.

José Luis Moreno
Coach #DVida


No hay comentarios:

Publicar un comentario